viernes, 30 de octubre de 2009

¡¡FELIZ HALLOWEEN A TOD@S!!

lunes, 26 de octubre de 2009

LAS ARTIMAÑAS DE LA MUERTE (dos relatos cortos para Halloween)

I
La orquesta del reino de Sulimanedria tocaba un lento vals.

La fiesta era un derroche de lujo y fantasía, un regalo para los sentidos.

Las mujeres -y algunos hombres- exhibían grandes diamantes, estrafalarios sombreros, largos collares de perlas -cosechadas por los delfines amaestrados de sus costas-, caros vestidos tejidos por los simios de sus talleres, y miles de complementos más, a cada cual más innecesario y estrafalario.

Aeronaves de todos los tamaños, desde unipersonales, hasta trolebuses espaciales, pugnaban por aterrizar en el aeropuerto del castillo, como una plaga de langostas lanzándose hacia una cosecha. Pero el humor dentro de la sala era sombrío. Conforme iban llegando los asistentes se les pasaba a salas de las que no podían salir, y eran obligados a bailar.
Era una fiesta organizada por la Muerte, la gran podadora de almas.

En aquel reino, hacía tiempo que se le había declarado la guerra a la Muerte, y ésta había tenido que encontrar nuevos métodos para seguir con su tarea impuesta desde las más altas esferas. Por eso organizó esta megafiesta; por eso había emponzoñado las poncheras con un sutil toque de cicuta. Así, a la hora señalada para la gran sorpresa, la Muerte se presentó en la sala, con un maletín en la mano. Lo abrió, y empezó a pasar lista. Tal como eran nombrados, los asistentes eran acompañados por los sirvientes por unas puertas camufladas al fondo de la sala de baile. Y ese era el fin de la fiesta.

Así la Muerte volvió a sus tareas, el equilibrio se recuperó, y el reino de Sulimanedria purgó sus pecados.


II
Aquella fecha estaba marcada a fuego y sangre en el calendario de la Muerte, la gran podadora de vidas, la cosechadora de almas, la regente del reino de tinieblas.
Nadie en la Tierra estaba de humor.
Sabían, todas las especies, desde los más simples insectos, hasta los más sofisticados delfines, que, cual plaga, la muerte se abatiría sobre ellos. Las orquestas tocaban tristes adagios, las banderas ondeaban a media asta, incluso las bombillas, con sus vestidos de guirnaldas y globos, parpadeaban a media luz, una luz a veces diamantina, a veces apagada.

Para el resto de planetas de la confederación, el exterminio de ese planeta era como un regalo, como paladear un banquete a base de carnes de brouf salvaje, sazonado con unas pizcas de cicuta, y toques de arsénico. Los sobornos circularon, los maletines cambiaron de mano, y todo se decidió en un instante, para los parámetros de espacio tiempo que manejaban aquellos seres. La potente flota de aeronaves arrasó la Tierra.

La Muerte tachó esa fecha de su calendario, y trasladó a su reino las orquestas fúnebres, diamantes sin tallar, y algunas bagatelas más que le fueron dadas como prebendas por su colaboración en la desaparición de aquel molesto planeta, dominado por simios y delfines.

martes, 20 de octubre de 2009

FINN MAcCUMHAL Y EL SALMON DEL CONOCIMIENTO- Leyenda Celta.

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Cuenta la leyenda que antes de que los Tuatha De Dannan llegaran a Irlanda, los duendes del bosque


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(el pueblo de Sidhe) escondieron toda la sabiduría de la Tierra en siete avellanos, para protegerla del demonio Formors.


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Para guardar los Árboles de la Sabiduría crearon un pozo en el que una bestia mágica vivía encargado de su protección.



Años más tarde, una niña llamada Sinnan quiso coger avellanas de allí, pero en cuanto se acercó a uno de los árboles, la bestia la agarró y la lanzó lejos de allí creando un gran surco del pozo hasta el mar.



El río que se formó fue llamado Sinnan, y es el que hoy se conoce por Shannon.


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Una de las avellanas cayó al río, donde un salmón se la comió, convirtiéndose así en el ser más sabio de la Tierra.


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Todos los hombres de Erin se afanaron en pescar al salmón, pues quien lo comiera adquiriría su saber, pero el pez era demasiado listo para dejar que le cogieran.



Demna MacCumhal era un joven príncipe de unos diez años edad, que respondía al apodo de Finn, cuando fue en busca del ermitaño Finegas para que lo tomara como aprendiz.


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Finegas estaba ocupado en la búsqueda del salmón cuando acogió a Finn, y estando con él, finalmente lo atrapó.







Una profecía decía que el salmón sólo sería consumido por un elegido, cuyo nombre era Finn.



Finegas creyó que se trataba de él mismo, y no desconfió de un joven llamado Demna.


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Le encargó que lo cocinara, pero que no se le ocurriera probarlo. Finn no sabía que se trataba del Salmón de la Sabiduría, así que obedeció y lo asó diligentemente.



Estaba el pescado chisporroteando en el fuego, cuando una gota de grasa saltó en el pulgar de Finn.



Él se lo chupó, y se convirtió entonces en el ser más sabio de la Tierra.



Cuando Finegas se dio cuenta y Finn le hubo revelado su apodo, le dejó terminar con él.



Desde entonces, cada vez que Finn tenía que tomar una decisión, se chupaba el pulgar.



Finn MacCumhal se convirtió después de algunos años en el capitán de los Fianna (fina), una orden de caballería parecida a la de la Tabla Redonda, que fue la más poderosa de su tiempo, y se ocupaba de guardar las costas de Irlanda.


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Los caballeros de esta compañía no eran héroes tipo estándar, sino hombres normales sin armaduras y con cualidades específicas.



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lunes, 12 de octubre de 2009

Mi nombre es Lilith


Lilith

Tenebrosas moradas
albergan en mi mente,
oscuras e inconfesables

Seres incorruptos
ocupan las estancias
emergiendo de las sombras

Lamías hambrientas
que rebuscan entre los restos
de recónditos recuerdos

Anhelantes su ojos
piden renovadas vidas
llenas de sangre fresca.

Un día tras otro
almaceno nuevas vivencias
con las que calmar sus ansias

Pues sigo aquí, estoy viva,
y mi fama me precede.
Mi nombre es Lilith




Octubre 2009.

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miércoles, 7 de octubre de 2009

En el fondo de las aguas un invierno... (Leyenda aragonesa)


Ibón es una palabra aragonesa de oscura etimología. Parece proceder de la raiz iba, que en el antiguo idioma galo hacía referencia al agua. Ibón significa lago de alta montaña, los ibones son los lagos de origen glaciar que salpican una gran parte de las cimas de los Pirineos. Cuentan las viejas leyendas que el fondo de los ibones pirenaicos está habitado por una antigua raza mitológica.

En el pueblo de Canfranc, en pleno pirineo aragonés, vivía hace muchos años Damián, llamado el Cucharero. Era hombre de montaña, un poco hosco, escaso en palabras y ducho en recursos. Tenía que sobrevivir al duro clima y a las difíciles pruebas que cada día le imponía su hábitat.



Formaba parte del grupo de pastores de la comarca. Los pastores bajaban a Tierra Plana en cuanto asomaban los primeros fríos, para proteger al ganado y darle pastos en los campos situados más al sur, donde la nieve desaparecía antes. La transhumancia era la forma de vida de la montaña, y nadie se planteaba que hubiera maneras distintas de vivir, o de sobrevivir. Aunque, en una ocasión, Damián quiso cambiar su vida.
Ese año, había sido padre de un niño. Cuando marchó al llano el invierno anterior, su mujer le había dicho que encontraría nuevo ganado al regreso, pero él nunca imaginó que se refería a su primogénito, al ereu, el heredero de la casa. Cuando volvió, se encontró con una criatura de meses, y a su madre diciéndole:
-El mosén quería que lo bautizara antes, pero he querido esperarte.


-Le pondremos Fabián, como su abuelo, así tendrá al angel de la guarda y a la almeta de mi padre que en paz descanse para protegerle toda su vida.
Esto lo dijo Damián con lágrimas en los ojos, y sólo había llorado antes una vez en su vida, que recordara, y fué cuando vió caerse a su hermano por las Peñas y matarse al ir a buscar un cordero que se había perdido.
El resto del año a Damián se le pasó como en vísperas, y cuando se quiso dar cuenta, el invierno volvía a ocupar su lugar.



Pero esta vez el pastor dijo que no bajaba con el ganado. Los demás pastores le llamaron loco; el mairal, como denominaban al capataz, al más veterano en la profesión, le amenazó con echarle del gremio, y las mujeres del lugar le hicieron saber lo que pensaban de un mal padre como él.
Damián quería celebrar esa Navidad con su mujer y su hijo, como hacían los de los pueblos de Tierra Plana, y después vivir en su casa, no en el monte. Para conseguir su propósito, había pasado muchas horas tallando madera de boj. Con su naballa hizo cientos de cucharas, cazos y cucharones mientras los demás dormían en las mallatas.


Sólo quedaba ahora recorrer los pueblos del Valle y vender la mercancía. Así ganaría el dinero suficiente para sobrevivir al invierno, y la primavera siguiente ya se vería. Pero llegó el 24 de diciembre, la antigua fiesta del Solsticio de Invierno, y Damián apenas había vendido algo. Quedaba una posibilidad: habría que pasar a Francia y probar allí suerte. Sólo volviendo con dinero suficiente en la faltriquera podría seguir llevando la cabeza alta en el pueblo.
Damián partió hacia las montañas del Puerto aquella fría mañana de la Nueibuena, sin hacer caso de las habladurías de su mujer y de su suegra. El no creía en las historias de biellas. Estaba harto de oir a las más viejas del lugar contar que en los ibones de Puerto habitaban seres malignos que acababan con los caminantes, si se atrevían a pasar por allí en los días mágicos de los solsticios. El era pastor, y sabía que el verdadero peligro cuando se andaba por las cimas consistía en no reconocer las crepas o grietas en el hielo bajo la nieve, eso sí que era arriesgarse a perder la vida, como le pasó a su hermano.
Desayunó fuerte: unos huevos fritos, cebolla y pan. Echó al morral un pan entero y queso. Sobre los hombros se acomodó la mochila cargada con los cubiertos de madera y sin despedirse de nadie, aún de noche, salió hacia Puerto, con la única compañía de su gayata, su bastón de pastor. Llegó al país vecino al mediodía. Las ventas no le fueron mal del todo, se notaba la cercanía de la noche festiva y del día de Navidad, y más de uno solucionó los regalos con el boj bellamente tallado por el artesano. Aunque Damián esperaba más, y apuró el tiempo todo lo que pudo, la noche se le echaba encima y era hora de volver a casa. Conocía muy bien el camino, y confiaba en las estrellas, como tantas otras noches de pastoreo. Sin embargo, la cima del puerto le sobrecogió. Nunca antes había sentido esa inquietud, nunca se había notado oprimido por una extraña fuerza que parecía provenir de la misma montaña. La nieve amortiguaba el sonido de las pisadas. El viento estaba calmado y el silencio era absoluto. Hasta que escuchó la voz. Al principio no se lo creyó. Luego ya no tuvo más remedio que mirar hacia la superficie negra y brillante del ibón. Allí no parecía haber nadie, y, sin embargo, la voz venía del lago. No se entendía lo que decía, ni siquiera era posible saber si se trataba o no de palabras. Al poco tiempo, a la primera voz se unieron otras, y todas parecían voces de mujer.


A Damián le temblaban las piernas y las manos. Dejó resbalar de la espalda el morral y la mochila, y se desparramó su contenido por la ladera de nieve que se extendía a sus pies. El coro de voces seguía entonando una melodía extraña, bellísima, y a cada minuto que pasaba, parecían añadirse nuevas notas, entonaciones imposibles y misteriosas resonancias. Damián comenzó a andar hacia el lago. En lo más profundo de su cerebro le pareció escuchar, debilmente, la cantarina voz de su mujer que lo llamaba, pero enseguida su nombre formó parte del coro de aquellas voces angelicales, y, claramente, resonó en todo el valle una frase pronunciada por gargantas invisibles:
-Damián, Damián, ven, ven...


El hechizo de las Fadas de los Ibons de Puerto volvía a elevarse por encima de las aguas heladas, por encima de la nieve oscura, más allá de las cimas... y su poder, su antiguo y desconocido poder venido de otros mundos y de otros tiempos, arrancaba de esta vida al pobre Damián, Damián el cucharero, y le obligaba a arrojarse en los brazos glaciales de los lagos de la montaña. La profundidad de un ibón fue su tumba.



Pasados los años, todas las Nueibuenas, un joven montañés llamado Fabián sube a Puerto y arroja una rama de boj, de bucho, a las calmas aguas del ibón.



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jueves, 1 de octubre de 2009

LA MALDICION DE MACHA - Leyenda Celta

Crunden, hijo de Agnoman,vivía en una parte solitaria del Ulster, entre las montañas, y tenía un buen pasar; pero su esposa había muerto, y él tenía sobre sí el cuidado de sus cuatro hijos.


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Un día estaba sentado en la casa cuando vio entrar por la puerta a una mujer, alta y agraciada y bien vestida, que sin decir palabra se sentó junto al hogar y se puso a encender el fuego.



Fue después a donde estaba la harina, la sacó y la mezcló, y asó una torta.


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Y al atardecer tomó una vasija y salió a ordeñar las vacas, pero en todo el tiempo no dijo palabra.


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Volvió después a entrar en la casa, y se dio una vuelta hacia la derecha, y se quedó la última en pie para tapar el fuego.



La mujer se llamada Macha, allí permaneció, y Crunden se casó con ella.



Ella los atendía a él y a sus hijos, y todo lo que tenía el hombre prosperaba.



Un día se dispuso una gran asamblea de los hombres del Ulster para hacer juegos y carreras y toda clase de entretenimientos;


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y todos los que podían, hombres y mujeres, solían ir a esa asamblea.



- Yo iré hoy allí - dijo Crunden -, como van todos los demás hombres.



- No vayas - dijo su mujer - ; pues sólo con que en la feria pronuncies mi nombre, me perderás para siempre.



- Entonces no hablaré de ti para nada - dijo Crunden.



Y marchó con los demás a la feria, donde había toda clase de entretenimientos, y estaba toda la gente del país.



A la hora nona llevaron el carro real al campo, y los caballos del rey ganaron la carrera.


DRUIDAS"



Entonces los bardos y poetas, los druidas y los servidores del rey, y toda la asamblea, se pusieron a alabar al rey y la reina


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y sus caballos, y clamaron:"Nunca hubo mejores caballos que éstos; no hay quien corra más en toda Irlanda".



"Mi mujer corre más que esos dos caballos", dijo Crunden.


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Cuando se lo contaron al rey, dijo:"Apresad a ese hombre, y retenedle hasta que se pueda traer a su mujer a que pruebe su suerte corriendo contra los caballos."



Así que le apresaron y le retuvieron, y se enviaron mensajeros del rey a la mujer.



Ella dio la bienvenida a los mensajeros y les preguntó a que iban.



- Venimos por orden del rey - dijeron - a llevarte a la feria, para ver si corres más deprisa que los caballos del rey; pues tu marido se ha jactado de que lo harías, y ahora está preso hasta que vayas tú a liberarle.



- Necedad de mi marido fue decir eso - dijo ella -; en cuanto a mí, no estoy en condiciones de ir, porque en seguida voy a dar a luz.


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- Es lástima - dijeron los mensajeros -, porque si no vienes se dará muerte a tu marido.



- Siendo así, tengo que ir, pase lo que pase - dijo ella.



Con esto partió hacia la asamblea, y cuando llegó allí todos se agolparon para verla.



- No es decoroso mirarme, en el estado en que estoy - clamó ella -; ¿para qué me han traído aquí?



- Para correr contra los dos caballos del rey - gritó el pueblo.



- ¡Ay dolor! - dijo ella -; no me lo pidáis, pues ya se acerca mi hora.



- Sacad las espadas y matad a ese hombre - dijo el rey.



- Ayudadme - dijo ella al pueblo -, pues todos vosotros habeis nacido de madre.



- Y dijo al rey :- Dame siquiera un plazo hasta que nazca mi hijo.



- No doy ningún plazo - dijo el rey.



- Entonces la vergüenza que caerá sobre tí será mayor que la que caiga sobre mí - dijo ella -.



Y porque no has tenido conmigo ni piedad ni reseto, caerá sobre tí un mayor castigo que el que ha caído sobre mí.



Que traigan los caballos y los pongan a mi lado.



Echaron a correr, y Macha adelantó a los caballos y ganó la carrera.



En la meta le dieron los dolores del parto, y alumbró a dos hijos, niño y niña,



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y del dolor dio un gran grito.

De pronto acometió una debilidad a cuantos habían oído el grito, y de suerte que no tenían más fuerzas que la mujer allí tendida.



Y Macha dijo así: "De aquí en adelante, y hasta la novena generación, la vergüenza que habeis puesto sobre mí caerá sobre vosotros; y en el tiempo en en que mas necesiteis vuestra fuerza, en el tiempo en que vuestros enemigos os estén cercando, en ese tiempo la debilidad de una parturienta descenderá sobre todos los hombres de la provincia del Ulster."



Y así sucedió; y de todos los hombres del Ulster nacidos después de aquel día, ninguno escapó a aquella maldición.



DRUIDAS


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