martes, 30 de marzo de 2010

LOS ARBOLES -FEÉRICOS - EL SAÚCO-2ª parte

EL SAUCO - 2ª Parte



El Saúco es otro árbol feérico. En los que dan fruto tiene su hogar la Madre del Saúco, y bajo sus raíces viven multitud de Elementales.
A un árbol tan querido por los elfos es una gran imprudencia infligirle cualquier daño, en tal caso la respuesta es contundente:

Los elfos se vengan rápido, el agresor puede perder la vista, o puede perder sus cosechas, o su hijo puede enfermar.
El temerario podrá congraciarse con los espíritus guardianes
del árbol si les ofrece lana, agua y pan, todo ello invocándolos con las siguiente fórmula:


“Padre del Saúco y Madre del Saúco,
aquí os traigo algo que hilar y algo que comer.
Comed e hilad, y olvidad a mi hijo "




Normalmente los elfos se consideran desagraviados y dejan en paz a las víctimas de sus castigos.



Hans Christian Andersen (1805-1875) nació en Odense (Fionia) en el seno de una pobrísima familia. Este sensible escritor se inspiraba en el folklore de su país, si bien no era riguroso en sus escritos como otros folkloritas, que transmitían el legado tradicional de manera fiel.

“La Flor del Saúco” es uno de sus cuentos en que revive el personaje de
La Madre del Saúco. Este cuento fue ilustrado por eminentes artistas: Arthur Rackman en su acuarela representaba el momento en que el árbol surge de la tetera sosteniendo a la anciana hada del saúco, que se mimetiza con las flores y hojas del mismo.



También Kay Nielsen, nacido en Copenhague, llego a Inglaterra en 1912, en un momento en que los libros ilustrados de calidad estaban en auge, compartió época con Edmun Dulac y Arthur Rackham, que ya eran muy famosos y compartió también parte de su éxito, pero su fama no tan sólida no resistió los cambios de modas y otras circunstancias y tras la primera guerra mundial, se vio obligado a dejar la ilustración. Murió en 1957 casi totalmente olvidado.
Sin embargo sus trabajos se han revalorizado recientemente y vuelven a fascinar, como en la acuarela sobre el cuento de Andersen, el artista lo sintetiza:

En el primer plano vemos la tetera de la cual sale el saúco, detrás la pareja de ancianos que, cariñosamente, se dan las manos bajo la complaciente sonrisa del hada del saúco, el saúco que ellos habían plantado en su niñez, y que ahora les acoge ancianos bajo su copa. Desvaneciéndose en la bruma se ve el bardo en el cual el anciano vivió sus aventuras de juventud.



HE AQUÍ UN FRAGMENTO DEL CUENTO DE ANDERSEN:



Había una vez un niño que se resfrió, porque salió de casa y se mojó los pies. Nadie adivinaba cómo pudo mojarse con el tiempo seco que reinaba.
Su madre lo desnudó, lo metió en la cama y pidió la tetera para hacerle un cocimiento de flores de saúco, que es muy bueno para entrar en calor.
Un viejecito muy simpático y amable que vivía solo en el piso más alto y llevaba una vida retraída, porque no tenía mujer ni hijos, bajó a ver al enfermito, pues quería mucho a los niños de los vecinos y sabía contar cuentos de hadas con tanta gracia que era un placer escucharlo.



- Anda, si te tomas el agua – dijo la madre-, acaso te contará un cuento.

- Veremos si sé alguno que no haya oído – asintió el viejecito sonriendo-- ¿Pero cómo se ha mojado los pies este mocoso?- preguntó.

- Eso digo yo – contesto la madre-. Nadie lo entiende.

- ¿Quiere contarme algo? – preguntó el niño.

- Si, pero antes me has de decir qué profundidad tiene, aproximadamente, la cuneta del callejón de la escuela por donde corre el agua.

- Me llega a la mitad de las botas – contestó el niño-; pero estuvimos chapoteando en los hoyos más hondos.

- Ya sabemos cómo te has mojado los pies – dijo el anciano-. Ahora tienes derecho a que te cuente un cuento; pero ya no sé más.

- Invéntelo – replico el niño-. Mamá dice que cualquier objeto que usted mire puede convertirse en un cuento de hadas, y que usted sabe sacar una historia de todo cuanto toca.

- Es verdad, pero esos cuentos o historias no valen nada. Los buenos acuden por sí mismos llamando a mi frente: “¡Eh, aquí estamos!”.

- ¿Llamará pronto uno?. – preguntó el chiquillo. La madre reía mientras echaba en la tetera flores de saúco, vertiendo sobre ellas agua hirviente- ¡Un cuento! ¡Quiero un cuento!

- Ya lo contaré si me acude. Son tan orgullosos que sólo vienen cuando les place. Espera – dijo de pronto-, aquí hay uno. ¿Ves la tetera? Pues dentro hay un cuento.



El niño fijo sus ojos en la tetera. La tapadera se abrió lentamente y las flores de saúco empezaron a salir de una en una, blancas y frescas, con sus ramas correspondientes que se iban alargando en todas direcciones y hasta
el pico brotaban, formando un arbusto, ¿qué digo arbusto?, un árbol, que
extendió sus ramas hasta la cama y descorrió las cortinas a un lado, cargado de
flores que impregnaron el aire de suave aroma. En medio del árbol apareció una
anciana de simpático aspecto, luciendo un extraño vestido tan verde como las
hojas y tan adornado de grandes flores de saúco que se hacía difícil distinguir
el vestido del árbol mismo.




- ¿Cómo se llama esa señora? - pregunto el niño.

- Mira: los griegos y los romanos decían que era una dríade – contesto el viejecito-; pero nosotros no lo entendemos así. En el barrio de los marineros la llaman “Madre del Saúco”. Ahora fíjate bien en ella y no apartes la vista del hermoso árbol.

“En el ángulo de un patio reducido de una humilde casa de barrio de Niburgo había un enorme saúco lleno de flores, bajo el cual se sentaron dos ancianos una tarde de verano.

Eran un viejo marinero y una no menos vieja mujer. Ya tenían nietos y pronto celebrarían las bodas de oro, pero no podían recordar la fecha exacta, y la Madre del Saúco, que descansaba en el árbol y los miraba complacido como mira en este momento, dijo:

“Yo sé perfectamente en qué fecha cae la fiesta de vuestras bodas de oro”

Pero ellos no la oyeron y siguieron hablando de sus tiempos pasados.

- ¿Te acuerdas - decía el viejo marinero – de cuando éramos
pequeños y nos divertíamos juntos? Jugábamos en este mismo patio y solíamos hacer jardines plantando ramitas en el suelo.

- Lo recuerdo como si fuese ayer – contestó la anciana -.
Luego, regábamos las ramas y una de ellas, una rama de saúco, echo raíces y creció, hasta convertirse en este gran árbol que ahora nos da sombra en la vejez.


- Tienes razón – dijo el anciano – Y ahora recuerdo que en
ese otro ángulo había un tonel muy grande lleno de agua por donde mi fantasía navegaba en un barco que yo fabriqué. Pero pronto hube de navegar por otras aguas.

- Sí, pero antes fuimos a la escuela y aprendimos algo – dijo
la esposa-, y luego nos confirmaron. Los dos lloramos aquel día, y por la tarde subimos juntos de la mano a la Torre Redonda desde donde contemplamos la inmensidad de mar y tierra que rodea Copenhague; después fuimos paseando a Frederiksburgo, por cuyos canales vimos el paso de los Reyes en magníficas barcas.

- Pero de pronto tuve que embarcarme y pasar varios años
Navegando por lejanos mares.



- Y bien que te lloré por creía que te habías muerto y te habían
Sepultado las olas para siempre en el fondo del mar. ¡Cuántas veces me levanté de noche a ver si había dado vuelta la veleta!
Daba muchas vueltas, sí, pero tú no volvías. De un día me acuerdo como si lo viera:…….
Llovía a cántaros, vino el basurero a la casa en que servía, bajé la basura y me detuve un momento en el portal. ¡Qué tiempo tan infame! En éstas, se acerca el cartero y me entrega una carta.



Era tuya, y Dios sabe el mundo que había corrido hasta llegar a mis manos. La abrí para leerla enseguida, y lloré y reí, de alegría. ¡Qué feliz me sentía al saber que estabas en países cálidos, donde se cultiva el café! Debían de ser tierras maravillosas, según lo que me decías en aquella carta que yo leía olvidada de que llovía a cántaros y del cubo de la basura. Y tan pronto siento que me pasan un brazo por la cintura…

- Y me diste tal puñetazo en la oreja que aún me duele.
- No sabía que eras tú… Llegabas al mismo tiempo que la carta y estabas tan guapo y aún lo estás. Te asomaban por el bolsillo puntas de un pañuelo de seda y llevabas un sombrero flamante. ¡Qué elegante! ¡Y con aquel tiempo y aquella calle que parecía un río!.

- Entonces nos casamos – dijo él- ¿Recuerdas cuando nos nació
El primer hijo y después los otros : María, Nicolás y Cristóbal?

- ¿Cómo puedo olvidarlo? Ya han crecido, son útiles a la sociedad y todo el mundo los aprecia.

- Y sus hijos ya son padres también – dijo el viejo marinero-. Nuestros bisnietos son unos niños excelentes. Si no estoy en un error nos casamos por este tiempo.

- Hoy es el día de vuestras bodas de oro – dijo la Madrecita del Saúco alargando la cabeza entre los dos ancianos, que creyendo que era la vecina que venia a saludarlos se miraron mutuamente estrechándose las manos.



“Poco después llegaron los hijos y los nietos, porque sabían que era el día de las bodas de oro. Ya por la mañana habían visitado a los viejecitos para darles la enhorabuena; pero ellos, que recordaban cosas tan remotas, olvidaron aquella tan reciente. El saúco desprendió su más suave aroma, el sol brillo poniendo un nimbo de gloria en las testas de los ancianos; y el menor de los nietos bailó ante ellos gritando, lleno de gozo, que por la tarde se celebraría una gran fiesta, con patatas asadas. Y la Madre del Saúco saludaba desde el árbol diciendo como los otros: ¡Enhorabuena!”.



- ¡Eso no es un cuento de hadas! – dijo el niño que no había perdido palabra.
- Si lo entiendes, verás que sí - dijo el viejecito que contó la historia --. Se lo preguntaremos a la Madre del Saúco.
- No es un cuento de hadas - dijo ésta -, pero ten paciencia. De la vida real salen los más bonitos cuentos de hadas: “No para otra cosa ha brotado mi hermoso saúco de la tetera”.




Fuente: Elfos y Hadas en la Literatura y el Arte

Montaje y Recreación:

LOS ARBOLES -FEÉRICOS - EL ROBLE-1ª parte



LOS ARBOLES FEÉRICOS-1ª parte


Son muchos los árboles feéricos, aquellos que son morada predilecta de algún elfo o que reciben una especial protección de estos seres.
Estos son algunos de gran tradición...……..:

Los robles están repletos de hadas, ya lo dice un refrán inglés:

“Las hadas están en los viejos robles”, y ya los antiguos druidas les rendían culto. Los bosquecillos de robles están encantados cuando jóvenes especímenes rebrotan de los tocones de árboles talados; un bosque así es peligroso cuando se ha puesto el sol.


Pero todavía es peor cuando el bosque ha sido talado tres veces y está lleno de campánulas. Los matorrales que surgen de los robles abatidos están repletos de los espíritus furiosos de estos árboles que surgen de los robles abatidos están repletos de los espíritus furiosos de estos árboles
Maltratados, y uno no debe acercarse a ellos.

En cuanto a los alisos, tienen la costumbre de caminar gruñendo detrás de los que se han perdido en la noche.

( Julius Schnorr von Carolsfec, en su obra La batalla del rey de los elfos)



representa el mismo tema que la poesia de Johan W. Goethe (1749-1832)


¿Quién cabalga a estas horas por la noche y el viento?
El padre con el hijo:
Tiene al niño en brazos,
Le estrecha bien seguro, le calienta.

“Dí: ¿por qué escondes, hijo, con tal miedo la cara?”
“Padre, ¿no ves al rey de los alisos,
El rey de los alisos con corona y con manto?
“Hijo mío, ¡si es un jirón de niebla!”

“Niño querido, ven; irás conmigo.
Yo jugaré contigo a hermosos juegos;
Muchas flores alegres aguardan en la orilla;
Mi madre tiene muchos mantos de oro”.

“Padre mío, ¿no escuchas, dime, lo que en voz baja
El rey de los alisos me promete?”
“Estare quieto; cálmate, hijo mío;
El viento pasa y zumba entre las hojas”.

“Niño querido, ¿quieres ir conmigo?
Mis hijas estarán esperándote hermosas:
Mis hijas, las que guían las danzas de la noche,
Y te mecen, te bailan y te arrullan”.

“Padre mío, ¿no ves allí, padre, a las hijas
Del rey de los alisos, en un rincón sombrío?”
“Hijo mío, lo veo claramente:
Los viejos mimbrerales se han encanecido”.

“Te quiero, es mi ilusión tu bello rostro;
Si no eres dócil, voy a usar la fuerza”.
“¡Padre mío, me está agarrando ahora
El rey de los alisos: me ha hecho daño!”

El padre se estremece y cabalga veloz;
Sosteniendo en sus brazos al niño que solloza,
Con fatiga y esfuerzo llega a casa:
en sus brazos estaba muerto el niño”.



(Moritz von Schwind – danza de elfos en un bosquecillo de alisos c. 1844)

El rey de los alisos que Franz Schubert (1797-1828) hizo famosa en su versión musical de 1815
http://www.youtube.com/watch?v=SOiMVPSzr7E

viernes, 26 de marzo de 2010

SERES ELEMENTALES



Los cuerpos de las hadas y elfos elementales, por ser entidades energéticas, la mayor parte de las veces- a no ser que deseen materializarse- son totalmente traslúcidos, luminosos y adquieren el color del entorno donde se hallan. A causa de ello son prácticamente invisibles a los humanos, salvo para aquellos que están dotados de una mirada visionaria o que la posean por alguna circunstancia excepcional y pasajera.


Los Espíritus Elementales se pueden dividir en cuatro grupos, según el Elemento con el que se vinculan. De todas maneras, las clasificaciones en relación con estos seres han sido múltiples y quedan abiertas a discusión, pues, tratándose de entes cuyo rasgo característico es la sutileza y la evanescencia de la materia que los constituye, se podrá comprender que no es posible delimitar los grupos con lindes fijos. Así pues como decíamos los diferentes grupos son:


• Elementales vinculados a la Tierra, los gnomos, que habitan en las entrañas de este Elemento conocen todos sus misterios, metales y tesoros;


• Los relacionados con el Agua en todas sus manifestaciones, y por ello muy numerosos, como diferentes son los aspectos que toma este Elemento, grupo en el que hay una presencia femenina muy importante;


• Los pertenecientes al Fuego, es decir, las salamandras;


• Los Elementales del Aire: hadas y elfos, en relación con el Aire en mayor o menor medida y, en todo caso, con aquello que vive y se desarrolla en la superficie terrestre en estrecho contacto y dependencia de este elemento, árboles, plantas, flores, nieves, arco iris, aurora boreal… A todo ello estos Elementales vivifican. Se dice que es el grupo más numeroso.

Aquí os dejo algunos ejemplos concretos de estas hadas y elfos que animan la naturaleza.





LOS BOSQUES



En pleno bosque, la ciudad de Eliande se extendía entre cielo y tierra. Era una ciudad arácnea, un inextricable embrollo de lianas y ramas, de follajes y malezas, con helechos altos como un elfo y casi amarillos que formaban por encima del suelo una bóveda luminosa.
Algunos habían construido unas chozas en el santo suelo, bajo aquella cúpula traslúcida, otros, incluso, se habían hundido en la tierra, entre las lisas raíces de las hayas.


Pero la mayoría de los elfos vivían en la copa de los árboles, justo bajo el cielo, en cabañas que en nada se parecían a lo que un hombre hubiera podido considerar una vivienda.


Aquella ciudad inmensa se fundía en el bosque hasta tal punto que habría podido atravesarse sin advertirlo, pues no se hallaba en ella ni el ruido característico de las ciudades humanas, ni su perpetua agitación, ni olor de cocina alguna.

Los elfos no sentían ni el frío ni la lluvia, y su noción de comodidad sumía a los demás pueblos en la consternación. Por esa razón no construían nada y por muy grandes que fueran (y ésta era la mayor de todas), sus ciudades no eran, al modo de ver de los hombres, más que una maraña vegetal sin significado.


Sin embargo era una ciudad inmensa y muy antigua, edificada mucho antes que los primeros Burgos fortificados de los hombres aparecieran en la llanura. En vano se habría buscado un palacio, tiendas o incluso murallas. Allí no había nada, ni calle, ni plaza, ni lugar alguno donde reunirse, apenas un calvero. Pero todos los árboles estaban marcados con runas y todas las rocas estaban esculpidas, a veces desde el alba de los tiempos, con rostros-hojas ingenuos o extrañas volutas cuyo sentido habían olvidado los propios elfos.


En aquel tiempo, cuando el mundo era joven, decíase que la diosa Dana había creado el primer bosque para reunir los tres niveles de la conciencia, el mundo celestial que rozaban las altas ramas de los árboles, el de la superficie y las apariencias sobre el que crecían, y el mundo subterráneo en el que hundían sus raíces.


Y que había plantado los siete árboles sagrados:


1. El Haya
2. El Abedul
3. El Sauce
4. El avellano
5. El Aliso
6. El Manzano
7. El Acebo

Y de ese bosquecillo había nacido toda la vegetación del reino de Logres y más allá. Cada árbol había sido designado por un Ogam, una runa vegetal, formando así un alfabeto sagrado, para que los bosques hablaran por siempre a quien supiera leerlos.

Allí, en el corazón del bosquecillo, los elfos habían escondido su talismán, el caldero del Dagda,


el Graal del conocimiento divino. Y allí se perpetuaba la enseñanza de la diosa, allí los iniciados se convertían en Druwid, sabios por los árboles…

Pero eso fue hace mucho tiempo y el bosque había desaparecido, poco a poco corroído por el desbroce de los campesinos, troceado por escaras y boquetes cada vez más anchos, que pronto llegaron al mar. Había sido lento, anodino al principio, casi ridículo por los desprovistos que parecían los hombres, con sus hachas y sus sierras, frente a aquel océano de árboles inmenso, infinito.

Sin embargo, hoy la llanura de los hombres recubría todo el mundo, y ya sólo subsistían, aquí y allá, algunos bosques flanqueados de malezas, de abrojos y troncos de árboles abatidos, que se pudrían lentamente bajo la lluvia y el viento.


Los elfos habían tenido que aprender a vivir fuera del bosque. Algunos se habían establecido en las marismas, en las marcas de las landas pobladas por los monstruos. Otros, a los que se llamaba elfos verdes, subsistían en los bosques y las malezas, junto al pueblo pequeño. Los elfos de los remansos se habían reunido con los hombres de las dunas y habían aprendido a defenderse en el mar.



De su antiguo dominio sólo quedaba una gran selva, la última por la que los elfos se habían batido, que se extendía en torno al bosquecillo sagrado de los siete árboles. Los hombres la llamaban Eliande, sin saber que ése era el nombre con el que los elfos designaban antaño el bosque entero, y con el tiempo los propios elfos le habían dado el nombre de Broceliande- el país de Eliande. Los que vivían allí eran llamados Altos-Elfos, y Lliane era su reina.




Así se describe el hábitat por excelencia de hadas y elfos:

El bosque, el misterioso, lleno de vida, de aliento, de sombras, de horror; los bosques que antaño cubrían generosamente Europa. Los bosques, dentro de los cuales los humanos no sabían adentrarse sin un recogimiento lleno de respeto. Pues nuestros antepasado conocían bien la bullente vida del bosque; muchos de los antiguos pueblos europeos, como celtas y germanos, los veneraban como espacios sagrados, pues tras la imagen estática y calma de sus troncos y copas captaban una existencia exuberante, ajena a los humanos, potente y generosa, pero que podía ser hostil.
El bosque otorgaba alimento y riqueza al hombre, pero también podía cobrarse sus vidas.



Fuente: Elfos y Hadas en la Literatura y arte


Montaje y Recreación:



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