viernes, 26 de marzo de 2010

SERES ELEMENTALES



Los cuerpos de las hadas y elfos elementales, por ser entidades energéticas, la mayor parte de las veces- a no ser que deseen materializarse- son totalmente traslúcidos, luminosos y adquieren el color del entorno donde se hallan. A causa de ello son prácticamente invisibles a los humanos, salvo para aquellos que están dotados de una mirada visionaria o que la posean por alguna circunstancia excepcional y pasajera.


Los Espíritus Elementales se pueden dividir en cuatro grupos, según el Elemento con el que se vinculan. De todas maneras, las clasificaciones en relación con estos seres han sido múltiples y quedan abiertas a discusión, pues, tratándose de entes cuyo rasgo característico es la sutileza y la evanescencia de la materia que los constituye, se podrá comprender que no es posible delimitar los grupos con lindes fijos. Así pues como decíamos los diferentes grupos son:


• Elementales vinculados a la Tierra, los gnomos, que habitan en las entrañas de este Elemento conocen todos sus misterios, metales y tesoros;


• Los relacionados con el Agua en todas sus manifestaciones, y por ello muy numerosos, como diferentes son los aspectos que toma este Elemento, grupo en el que hay una presencia femenina muy importante;


• Los pertenecientes al Fuego, es decir, las salamandras;


• Los Elementales del Aire: hadas y elfos, en relación con el Aire en mayor o menor medida y, en todo caso, con aquello que vive y se desarrolla en la superficie terrestre en estrecho contacto y dependencia de este elemento, árboles, plantas, flores, nieves, arco iris, aurora boreal… A todo ello estos Elementales vivifican. Se dice que es el grupo más numeroso.

Aquí os dejo algunos ejemplos concretos de estas hadas y elfos que animan la naturaleza.





LOS BOSQUES



En pleno bosque, la ciudad de Eliande se extendía entre cielo y tierra. Era una ciudad arácnea, un inextricable embrollo de lianas y ramas, de follajes y malezas, con helechos altos como un elfo y casi amarillos que formaban por encima del suelo una bóveda luminosa.
Algunos habían construido unas chozas en el santo suelo, bajo aquella cúpula traslúcida, otros, incluso, se habían hundido en la tierra, entre las lisas raíces de las hayas.


Pero la mayoría de los elfos vivían en la copa de los árboles, justo bajo el cielo, en cabañas que en nada se parecían a lo que un hombre hubiera podido considerar una vivienda.


Aquella ciudad inmensa se fundía en el bosque hasta tal punto que habría podido atravesarse sin advertirlo, pues no se hallaba en ella ni el ruido característico de las ciudades humanas, ni su perpetua agitación, ni olor de cocina alguna.

Los elfos no sentían ni el frío ni la lluvia, y su noción de comodidad sumía a los demás pueblos en la consternación. Por esa razón no construían nada y por muy grandes que fueran (y ésta era la mayor de todas), sus ciudades no eran, al modo de ver de los hombres, más que una maraña vegetal sin significado.


Sin embargo era una ciudad inmensa y muy antigua, edificada mucho antes que los primeros Burgos fortificados de los hombres aparecieran en la llanura. En vano se habría buscado un palacio, tiendas o incluso murallas. Allí no había nada, ni calle, ni plaza, ni lugar alguno donde reunirse, apenas un calvero. Pero todos los árboles estaban marcados con runas y todas las rocas estaban esculpidas, a veces desde el alba de los tiempos, con rostros-hojas ingenuos o extrañas volutas cuyo sentido habían olvidado los propios elfos.


En aquel tiempo, cuando el mundo era joven, decíase que la diosa Dana había creado el primer bosque para reunir los tres niveles de la conciencia, el mundo celestial que rozaban las altas ramas de los árboles, el de la superficie y las apariencias sobre el que crecían, y el mundo subterráneo en el que hundían sus raíces.


Y que había plantado los siete árboles sagrados:


1. El Haya
2. El Abedul
3. El Sauce
4. El avellano
5. El Aliso
6. El Manzano
7. El Acebo

Y de ese bosquecillo había nacido toda la vegetación del reino de Logres y más allá. Cada árbol había sido designado por un Ogam, una runa vegetal, formando así un alfabeto sagrado, para que los bosques hablaran por siempre a quien supiera leerlos.

Allí, en el corazón del bosquecillo, los elfos habían escondido su talismán, el caldero del Dagda,


el Graal del conocimiento divino. Y allí se perpetuaba la enseñanza de la diosa, allí los iniciados se convertían en Druwid, sabios por los árboles…

Pero eso fue hace mucho tiempo y el bosque había desaparecido, poco a poco corroído por el desbroce de los campesinos, troceado por escaras y boquetes cada vez más anchos, que pronto llegaron al mar. Había sido lento, anodino al principio, casi ridículo por los desprovistos que parecían los hombres, con sus hachas y sus sierras, frente a aquel océano de árboles inmenso, infinito.

Sin embargo, hoy la llanura de los hombres recubría todo el mundo, y ya sólo subsistían, aquí y allá, algunos bosques flanqueados de malezas, de abrojos y troncos de árboles abatidos, que se pudrían lentamente bajo la lluvia y el viento.


Los elfos habían tenido que aprender a vivir fuera del bosque. Algunos se habían establecido en las marismas, en las marcas de las landas pobladas por los monstruos. Otros, a los que se llamaba elfos verdes, subsistían en los bosques y las malezas, junto al pueblo pequeño. Los elfos de los remansos se habían reunido con los hombres de las dunas y habían aprendido a defenderse en el mar.



De su antiguo dominio sólo quedaba una gran selva, la última por la que los elfos se habían batido, que se extendía en torno al bosquecillo sagrado de los siete árboles. Los hombres la llamaban Eliande, sin saber que ése era el nombre con el que los elfos designaban antaño el bosque entero, y con el tiempo los propios elfos le habían dado el nombre de Broceliande- el país de Eliande. Los que vivían allí eran llamados Altos-Elfos, y Lliane era su reina.




Así se describe el hábitat por excelencia de hadas y elfos:

El bosque, el misterioso, lleno de vida, de aliento, de sombras, de horror; los bosques que antaño cubrían generosamente Europa. Los bosques, dentro de los cuales los humanos no sabían adentrarse sin un recogimiento lleno de respeto. Pues nuestros antepasado conocían bien la bullente vida del bosque; muchos de los antiguos pueblos europeos, como celtas y germanos, los veneraban como espacios sagrados, pues tras la imagen estática y calma de sus troncos y copas captaban una existencia exuberante, ajena a los humanos, potente y generosa, pero que podía ser hostil.
El bosque otorgaba alimento y riqueza al hombre, pero también podía cobrarse sus vidas.



Fuente: Elfos y Hadas en la Literatura y arte


Montaje y Recreación:



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1 comentario:

  1. Este,ya me lo habias mandado Gely,pero de nuevo te digo que me siento como una hada niña cuando veo el arbol donde habitan las hadas,es fantastico...me encanta...Gracias..

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